El guitarrista, compositor y cantante Jorge Fandermole logró en la porteña Ciudad Cultural Konex, al combinar obras propias de las últimas cuatro décadas, poner en escena el decisivo aporte hecho a la canción y a las sentidas posibilidades estéticas y testimoniales que anidan en ella.

Mientras una combinación de lluvias y tormentas asolaban la ciudad, el artista que apareció en la escena nacional como parte del elenco de la denominada Trova Rosarina en los tempranos ‘80, expuso a guitarra y voz los infinitos mundos sonoros y poéticos que pueblan su repertorio y que se apreciaron como un manifiesto en torno a la canción.

Fandermole fue capaz de atravesar el tiempo ya que abrió la velada a las 20.15 con una bellísima pieza aún sin título donde entrega señas de lo que debe ocurrir “pa que empiece a amanecer” y la cerró 100 minutos más tarde entonando “Canción del pinar”, uno de sus primeros éxitos en la voz de Silvina Garré que ella utilizó para abrir “La mañana siguiente” su disco debut de 1983.

Entre uno y otro extremo de ese viaje, el músico llevó a su expresiva guitarra y a su conmovedora poesía por un recorrido capaz de abrazar la chacarera, la milonga y diversos aires musicales que refieren a un tiempo y a una geografía y que la interpelan hondamente.

Ante una multitud de 500 personas que llenó la sala principal ubicada en el primer piso del espacio sito en el barrio porteño del Abasto, el creador nacido hace 65 años en Pueblo Andino, una comuna del Gran Rosario, se acomodó en una silla roja en medio de dos guitarras y se mostró feliz y comunicativo para desandar un cancionero que explicó por sí solo el lugar protagónico que se ganó en la música popular iberoamericana.

Pandemia mediante y a casi dos años de su último paso por Buenos Aires, una mujer le lanzó apenas iniciada la velada “te extrañábamos”, a lo que respondió, tímidamente, “yo también, gracias”, en el primero de muchos intercambios donde se dio una amorosa pulseada entre el plan de vuelo que el trovador trazaba instintivamente y los pedidos de la audiencia.

Pero tal vez el denominador más preponderante del cancionero de 22 piezas desplegado en directo haya sido el amoroso, en un término amplio y profundo, algo que Fandermole atribuyó a la feliz necesidad de que “el amor sea un imaginario dominante”.

Y en ese cauce se inscribieron, entre otros, “Ay, deseo” (“Ay, deseo, de abrir alguna puerta para entrar al juego/Ay, antojo, de ser el que no te deja pegar los ojos”), “Necesitaría” (“Necesitaría lo que ya no tengo/Esa cercanía de luna mojada/Y mientras me tardo porque estoy volviendo/Necesitaría que no me olvidaras”), o “El amor y la cocina” (“soy su comensal y a un tiempo también plato preparado/cocinado a fuego lento y a veces arrebatado/en lo crudo y lo cocido el mundo se ha separado/y yo que soy primitivo voy siempre crudo a su lado”).

El andar de sonidos e ideas habilitó otros fuegos como el de los conocidos “Solo”, “Cuando”, “Canto versos” (que la sala entonó a la par del anfitrión) y “Lo que usted merece”, esta última una canción de cuna con la cual, confesó, “nunca nadie se durmió pero que busca que los niños tuvieran un mundo posible cuando el tiempo pasase”.

También hubo espacio para mostrar un par de colaboraciones: con Topo Encinar en el tristísimo “Niño griego” (a partir de la historia del abuelo del músico tucumano) y con su coterráneo Pichi de Benedictis en “Siempre que te digan nunca” (“Perdió su belleza el mundo, nunca habrá sino miseria/Nunca te querré a mi lado dijiste la noche aquella/Pero algunos cultivamos jardines en los despojos/Y dudo que no me quieras cuando te miro a los ojos”).

El recorrido habilitó homenajes a Raúl Carnota en “Corazón de bombisto” (sobre una maravillosa chacarera del guitarrista Marcelo Stenta), a músicos uruguayos en la “Milonga de cuatro orillas” y a sus padres en la reciente “Guitarra”.

Otro canto compartido en “Sueñero” y vigorosas visitas a “Hispano” y “La luminosa” fueron preparando el final de un concierto donde Fandermole habitó con soltura, talento y entrega el territorio de una canción que se nutre vitalmente de memorias y apuestas.